No olvides que una vez tú fuiste sol
No olvides que una vez tú fuiste sol,
no olvides ni la tapia, ni el laurel;
no dejes de asombrarte al asistir
a un nuevo nacimiento en tu jardín.
No pierdas una ventana,
no entregues tus mañanas
de aguaceros y juegos,
ni desentierres tesoros viejos.
No ocultes lo que ayer se te ofreció,
no escondas ni la pena ni el dolor,
no dejes que una nube diga “adiós”,
no saltes en pedazos,
no asustes tu diamante.
No entregues tu perfecto amanecer,
ni tus estrellas, ni tu arena, ni tu mar,
ni tu incansable caminar.
Vete de nuevo hasta el arroyo
donde está tu mejor canto.
Y ve,
cálmale la sed a tus enormes prados,
no permitas que se pierda tu cosecha;
hoy,
que hasta la lluvia fiel no te ha escuchado,
busca tu raíz.
Y dale la caricia, la que siempre espera,
la única manera de hacerla que vuelva
a ofrecerte frutos hasta en el invierno.
Y no olvides que una vez tú fuiste sol.
Ve,
desata esos diques de corrientes presas,
déjate llevar y vuelve a ser jinete,
baja hasta tus valles de palomas sueltas,
que éste es tu país:
donde están tus riendas,
donde está tu espuma,
donde abandonaste tu camino entonces,
donde naufragaste,
haz nacer mil rosas.
Y no olvides que una vez tú fuiste sol.
(canción: Augusto Blanca; pintura: Santiago Caruso)
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